No son solamente las bandas de gamberros que acuden al Parque a dar palizas y robar a los pobres jóvenes que van solos a horas intempestivas, ni los grupos de incívicos que colmatan de bolsas, botellas vacías y basura esas bonitas praderas, por no hablar de los cristales rotos de los que pretenden presumir antes las chicas de su hombría partiendo contra el suelo botellas para esparcir los cristales. Se trata también de quienes acuden con sus amiguetes y novias al monumento a los presos del canal para sentarse dentro, pintarrajear su exterior y mancharla de excrementos. No hay derecho. Aquellos hombres, prisioneros de guerra, que entregaron meses y quizá años en trabajar contra su voluntad y en precarias condiciones a la terminación del colector de la ciudad y después (o antes) a construir el Canal de los Presos, no se merecen ese vergonzoso recuerdo de la ciudad. En las fotos se ven aparecer los pies y piernas de quienes descansan (ojalá solo eso) en el interior del monumento.

